
Dies Domini
NOVUS ORDO
No parece posible vivir sin juzgar, pues el juicio define nuestra racionalidad. Por eso, en la versión de san Lucas, al mandato de Jesús: «no juzguéis y no seréis juzgados» le sigue inmediatamente, como para aclarar el sentido de estas palabras, el mandato: «no condenéis, y no seréis condenados» (Lc 6,37). Por lo tanto, no se trata de eliminar el juicio de nuestro corazón, sino de eliminar el veneno en nuestro juicio.
Un padre, un superior, un confesor, un juez, cualquiera que tenga alguna responsabilidad sobre los demás, debe juzgar. A veces, juzgar es precisamente el tipo de servicio que uno está llamado a prestar en la sociedad o en la Iglesia.
Y como tal servicio, tiene que ser un acto de caridad. Y para que lo sea en verdad, Nuestro Señor nos advierte que primero hay que apartar la «viga» de nuestro ojo; entonces, veremos mejor para poder quitar la mota del ojo del hermano (cfr. Mt 7,5); o sea, hay que arrancar el resentimiento y la animosidad. Así la observación será acogida y el hermano se dejará, quizás, quitar su mota. Se fiará. Porque ¿quién se dejaría meter los dedos en el ojo para apartar una mota, si supiera que la persona que lo va a hacer está ciega, o sospechara que se va a hacer con violencia, como si se tratara de arrancar la hierba de un campo?